Bitácora

Los mexicanos nos burlamos de todo, hasta de la muerte

Hay de lutos a duelos, pero de que nos reímos de la muerte, por supuesto. ¿O acaso es mentira?

26 Jun, 2021

Una frase peculiar, ¿pero es cierto que los mexicanos nos burlamos de todo? ¿Incluso de la muerte?

Creo que siempre escuché esa frase: los mexicanos nos burlamos de todo, hasta de la muerte. Asociada normalmente con la festividad del Día de Muertos que, aun con tanto colorido en los altares y decoraciones, no me parece que haga reír a la gente. Aunque posiblemente sí sea cierta, pero con una muy clara condición: que se trate de la muerte ajena, porque al verla de cerca entre sus cercanos o seres queridos, ya no hace tanta gracia. 

Duelo y luto no son lo mismo. El luto es la parte social, cultural o religiosa de la muerte: un mero proceso de adaptación o hasta un simple trámite. Pero el duelo es otra cosa muy distinta que siempre depende de cada persona, pues se trata de la respuesta emocional ante la experiencia de una pérdida. ¿Cuántos duelos han vivido los mexicanos en el transcurso de 1 año a causa de la pandemia? O en lo que va del sexenio con muertes dolosas o feminicidios, accidentes producto de la miserabilidad de los que roban gasolina, los corruptos o negligentes a cargo de la la construcción de la Línea 12 o pacientes que dejaron de tener medicamentos esenciales.

La vida es dura y nunca dejará de serlo. De ahí que se esperen palabras de aliento de líderes que, dicta la lógica, tienen la misión de procurar el bienestar generalizado de los gobernados. Pero no tendría por qué haberlas cuando el objetivo es otro, así que al carajo con eso, que no es su estilo y es algo que deben aceptar: el cultivo de la división es una misión de carácter institucional, parte de la estrategia para romper límites de contención y acomodar todo a conveniencia. Algo sumamente fácil de propiciar en la mecánica emocionalidad mexicana, tan dramática y azotada con cualquier cosa que se le cruce en el timeline.

La caricatura de la muerte

Cada quien con sus dolores y penas, con los corazones rotos por tal o cual ausencia. Lo que prevalece es que los mexicanos nos burlamos de todo, incluso de la muerte (ajena, ya hemos dicho). Que fallezca un amigo o compañero de lucha debe ser algo sumamente triste, sin duda, y quienes fuesen cercanos o admiraran al fallecido sabrán cómo derraman sus propias lágrimas en privado, si es que las hay. En público, ahí es otra cosa, pues hay lutos por guardar, formas a seguir y poses por aparentar ante los pares del club al que pertenezcas, clan o secta demagógica. 

Viene la sarta de alabanzas y loas para el que se nos adelantó, del carnal al que no le tocaba. Dios mío, ¿por qué a él? Era tan bueno, un ángel de carne y hueso que siempre tuvo palabras de aliento y quién sabe cuántas bondades más. Pésima costumbre la de ensalzar al que se ha ido porque ante las argucias de sentimientos pasajeros brotan cualquier cantidad de exageraciones. Se fue y ya, punto, lo que quedan son obras o legados para su apreciación, desprecio o indiferencia, depende del cristal con que se mire.

Descanse en paz Antonio Helguera, de quien lo único que podría envidiar es que sabía dibujar e ilustrar. No sé si fuese una buena persona, pero que apoyase con tanto ahínco a López Obrador lo retrata, si no como fanático, sí como un facilitador de un régimen con el cual soñó. Cada quien. Desconozco su obra en lo general, aunque he visto pasar algunos cartones con críticas a López-Dóriga, Calderón u otros. Lo natural en el mundo del monero que critica al poder en diarios y revistas, como El Chamuco y los hijos del averno, fundada en 1996 por el caricaturista y humorista político Eduardo del Río, Rius, de la mano de Hernández, el propio Helguera y El Fisgón. Sátira política como debía ser, pues de eso se trata.

De aquella revista circuló recientemente la portada en la que se hizo mofa de Juan Camilo Mouriño, entonces secretario de gobernación con el expresidente Felipe Calderón, quien murió trágicamente en un accidente aéreo. Una gran caricatura como el «nuevo santo mexicano», enorme, orejón y bien peinado, sosteniendo una pequeña torre petrolera con la mano izquierda pero tocando su sagrado corazón con la derecha. De fondo el avión que se desploma: Juan Camilo elevado sobre una nube celestial, pisando cabezas de abnegados mexicanos que murieron por culpa de él y de un Calderón arrodillado y pequeño que, extasiado, le muestra un contrato sobre un ayate a manera de tributo y homenaje. Un gran cartón de El Fisgón, sin duda. ¡Y es que los mexicanos nos burlamos de todo, hasta de la muerte! Ajena, no está de más insistir.

Pero los moneros críticos dejaron de serlo, al menos desde los ideales del fino ilustrador que señala e incomoda, pues como aliados del poder que durante tantos años añoraron, se quedaron atorados en sus filias y fanatismos. La sátira política dejó de serlo: en lugar de juzgar yerros del poder en funciones, dibujaron como siempre, pero con el honor de estar con Obrador, siendo partícipes del trazo de la propaganda y perdiendo el tiempo con figuras como Felipe Calderón, quien dejó la presidencia en el año 2012. Servicio a la medida para la demagogia, porque ellos son un engrane más de esa maquinaria de constante repetición e ideas burdas.

Y, ah, esta vida ingrata en la que uno cosecha lo que siembra. Pues hay luto y duelo de un lado, pero burlas y chistes del otro. Como siempre ha sido y como debe ser, porque esas son las libertades que tienen todos para ser o expresarse, seas un dechado de cultura y caballerosidad o un mezquino hipócrita. Seas quien seas, eso queda en tus propios dichos, pero sobre todo en los hechos.

Ya les comenté una vez de la película «Al filo de la navaja» (The Razor’s Edge). Hay dos versiones de la misma, pero la de Bill Murray tiene un valor especial (1984), aún cuando haya sido un fracaso en taquilla. Dirigida por John Byrum, la película es una adaptación de la novela de William Somerset Maugham.

El personaje de Murray, Larry Darrell, tiene una escena memorable con el personaje de Piedmont, interpretado por Brian Doyle-Murray, su hermano mayor. Al morir Piedmont, su superior en el frente de batalla de la Gran Guerra, donde servían en en el Ejército como conductores de ambulancia, Darrell se inclina sobre el cuerpo del soldado caído y exclama:

Era un vago. ¿Alguna vez lo viste comer? Los niños hambrientos podían llenarse la barriga con la comida que acababa en su barba y en su ropa. Los perros se reunían para verlo comer. Nunca he entendido la gula, pero la odio. Odiaba eso de él. Disfrutaba de dar asco a la gente, de ser desagradable, de la emoción de ofender a la gente y de incomodarla. Era despreciable. No se le va a extrañar.

Tras el impacto de la guerra, la transformación. Larry ya no quiere casarse con su prometida ni tener una vida cómoda y privilegiada como corredor de bolsa, por lo que decide emprender su propio camino de búsqueda personal. Si no la han visto, háganlo.

Lo relevante de esas líneas de la película, es que son exactamente las mismas que Bill Murray dijo en el funeral de su amigo John Belushi, muerto en 1982. El mejor homenaje que podría haber hecho, y uno que inmortalizó en una gran película.

Ojalá todos pudiesen reírse de la muerte, realmente, porque no se nos va a extrañar.