Echarle ganas a la vida: síntesis perfecta de lo realmente importante
Es una filosofía, un mantra y hasta un deber existencial.
Si crees en el éxito, también debes creer en el fracaso.
¡Oigan, hay que echarle ganas a la vida!
Por supuesto que hay que echarle ganas a la vida, a lo que sea. La frase es la síntesis perfecta de una filosofía, un mantra capaz de alinear el pensamiento. Hablo en serio, aunque puede ser que no estén de acuerdo en esto que planteo.
Que no sería extraño, pues son tiempos de corrección política y autocompasión sobrecargada: uno nunca sabe con qué filtros la información será interpretada por el prójimo.
Desde la parte simple de la expresión, aplica a un entrenador que observa el desempeño de un jugador o alumno: señala, corrige, llama la atención y, por supuesto, motiva. ¡Vamos, échale ganas!
Lo dice un supervisor, coordinador, gerente, directivo, líder o empresario y todos lo aceptan: hay que echarle ganas. Es la cultura del esfuerzo y la búsqueda de resultados.
Pablo Majluf entró en discusiones interminables (ya ven cómo son en Twitter) por el tema del echeleganismo, un término que bien podría denominar a una corriente filosófica en la que la preparación, la constancia y el esfuerzo son la base de todo. Si no le echas ganas, no vas a tener éxito.
Entre correctitos te veas.
¿Qué le discutían a Majluf? Cosas como que la riqueza de los hogares en los que nacemos determina la mayor parte de la desigualdad de oportunidades. Y sí, por supuesto, pero ese hecho no es relevante: se hace lo que se puede con lo que se tiene.
Que las clases acomodadas tengan facilidades es obvio, mas no quiere decir que por acto de magia las cosas funcionen.
Historias de éxito hay en todos los ámbitos, a veces por golpes de suerte, por circunstancias, relaciones familiares o herencias, pero también está el fracaso. Ahí tienen a Alfonso Romo, por ejemplo.
La sorpresa para todos los detractores del echeleganismo es que no importa lo cuantiosa de una fortuna, esos privilegiados seguirán echándole ganas, pase lo que pase.
La cultura del esfuerzo es echarle ganas.
Conozco el caso de un empresario cuyo ímpetu por hacerse de riqueza lo llevó a trabajar de sol a sol con disciplina inquebrantable. Y vaya que la hizo hasta sus últimos días.
Un caso de constancia en la que, cosas de la vida, echarle ganas quedó sólo en el patriarca, dejando un par de hijos mediocres o inútiles con recursos a manos llenas para su dispendio. Quien aprendió de su esfuerzo inquebrantable fue la hija, por cierto.
Le echan ganas los Slim, Elon Musk o Ricardo Salinas Pliego, pero también los comerciantes del mercado local, taxistas o los vendedores ambulantes. Echarle ganas no es una medida ni un fin por si mismo, sino una constante de actitud, perseverancia o deseo.
Lo complicado está en la mente.
En la parte psicológica siempre todo se echa a perder, es un distintivo de nuestra especie que sucumbe ante el reflejo de sí misma. Así es el diseño, ni modo.
En ese aspecto, es prohibitivo sugerir a alguien que padece de cuestiones psicológicas o emocionales que le eche ganas porque ni conocemos la problemática de la persona y con eso no va a solucionar nada.
Por supuesto que tienen razón, pero un hecho es que, además de no poder comprender lo que la persona experimenta (lo comprende sólo quien lo vive), es muy probable que no nos importe en absoluto (aunque puede ser la expresión de un deseo sincero de bienestar).
Como sea, no omitan el verdadero poder de la frase: buscar ayuda profesional, o ser específicos con una solicitud de apoyo, desde ser escuchados a tener una asistencia personal puntual, eso también es echarle ganas.
Insisto, es una actitud, pero también la motivación para buscar soluciones en el ámbito personal. Y puede ser que no las haya, pero siempre habrá ocasión para intentarlo sin mayor expectativa que eso. Qué más dan los resultados.
Si sí, pues sí. Y si no, pues no.
Edgard Ramírez, psicoterapeuta, opina que eso de echarle ganas mas bien se trata de un pensamiento mágico, un acto de fe. En lugar de ello, propone cultivar la resiliencia, una capacidad de nuestro cerebro que nos ayudará a superar cualquier adversidad.
En psicología, resiliencia es la capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumáticas como la muerte de un ser querido, un accidente, etc.
Él es el experto, pero rechazo categóricamente que echarle ganas sea un acto de fe. En cambio sí puedo aceptar que sea un pensamiento mágico, pues en los misterios de la percepción, existen más posibilidades de hacer y de lograr cuando hay una buena actitud.
¿Que todo está terriblemente mal? Puede ser, como también que las grandes historias de triunfo personal han ocurrido en medio de adversidades inenarrables en las que el logro máximo se gestó internamente, conectando por fin la voluntad con algo más allá de la razón.
Lástima que tal afirmación acabe en frases de cliché, como decir que en las peores circunstancias sale lo mejor de nosotros. Pero deben aceptarlo, es la mera verdad.
Las adversidades son lo que son, se sobrevive a ellas o no. Da igual. El arte completo de lucha se resume en ese hermoso recordatorio para lo simple y lo más profundo de nuestro ser: échale ganas.
Y para quienes creen que esa es la peor frase que les puedan decir, les tengo una mucho peor: no le echen ganas. Abandónense, déjense. Su vida, su problema.
Yo prefiero echarle ganas. Así como Kamina.